IV

Extendía sus brazos, esas señas de banderines que apuestan por otras señas, hacia la altura y aquella reducida deriva, para abrazar algo que sus ojos no estaban condicionados en revelar, pero que la intuición le garantizaba que sí divagaba por ahí. Lo hacía, predispuesta a que sus palmas talladas a sudor, arrebataran sin escrúpulos algún secreto diluido en ese aire que intentaba ser modificado por el ventilador. Luego de admitir el previsible fracaso de cada intento, hundía sus yemas hacia la obsesión de su mirada apuntada al vacío, hasta que la figura de sus pulgares decidiera borronearse, se desvirtuaran los refinados contornos, se redujera la precisión en uno y todos los trazos. “Como un sueño”, pensaba, entonces recién ahí los escrutaba desde otra distancia.