V


Sus uñas ya no pretendían centelleos de juventud entusiasta, como cuando ella las cuidaba, sino que eran más que nada capas y capas de esmalte barato, masticado. Eran un poco su prueba de alteración y falta de algo por permanecer intacto. Cecilia entendía que la vida se le iba, como una caída intermitente de gotas esparciéndose hacia trincheras sospechosas y aislamiento con exigencias, ante la brutalidad en cotidiano. Que el malestar y el horror no suponían el rechazo a la posible demencia. Era agonía de huecos, como hijastros que no se independizaban aunque sean malcriados. El acantilado, quizás barranca, y una sombra revuelta de roncha y ahogo que no dejaría de acomodarse sobre la columna o los días. Un consuelo en vano para la nada, que durante sus recurrentes ataques repartía insensibilidad a las pieles. Era la vida, mal untada con tinta negra y tiempo cruel aunque comprendido. Un sentido de guadaña con un humor malicioso aunque pulcro. La gracia discutiendo con el soporte. Necesitaría rastrear a algo, a alguien, que adoptara la vocación de vasija inmaculada para contener el goteo fugitivo. Y aquella salvación tendría que hacerse llegar con sus gritos.