III


Soplaba una suposición ligera de que lo que razonara Cecilia, se escabullera por carreteras que nunca habían tenido definición. El horror anticipado de que sus vestigios concurrieran hacia una feria como de polilla negra en donde la cordura era manjar para consolidarse sacrificio. Llenaba sus pulmones de agitación obstinada, hasta que la última resistencia se declarara como un suspiro exaltado y medio torpe que le verificara que aún vivía, que no era una simple propagación parlante de humedades lisas y vigilias. El contenido de su cabeza, le decía al desierto de su alrededor y a las muñecas observadoras, que estaba allanado con engrudo, o más bien, se refería a una vaga sensación de estar oxidándose, por el afán de querer vislumbrar certezas que nunca debería haber ansiado. Su cuerpo era como de plomo. Plomo y sales. Cuerpo que el sillón ya consideraba su ingestión, con la transpiración afiebrada de aderezo, y una locomotora de palpitaciones como cocción.